Los trail nocturnos no suelen ser tan atractivos como los diurnos. No obstante, y teniendo en cuenta las circunstancias de cada uno, el trail nocturno se puede disfrutar tanto o más que un diurno. Todo depende de cada corredor con su particular disposición.
Este Trail Nocturno de Carcabuey, organizado por el Área de Deportes del Ayuntamiento, fue corrido en la noche del sábado 3 de este septiembre. El trazado del recorrido fue a mi juicio atractivo, sin demasiadas sorpresas. Un recorrido que personalmente me gustó.
No obstante, no siendo conocedor de los detalles, y amen de una buena organización, tuvo sus particulares incidencias que finalmente no pasaron de ser puntuales, pero sí incidieron en el desarrollo de la carrera de, creo, bastantes corredores.
El tema tan traído y llevado en la antesala de la salida, era que el tiempo de carrera había sufrido una restricción de 40 minutos en la carrera larga de 23 kilómetros. Asunto que nadie alcanzaba a comprender y se sentían ninguneados por la organización al no haber emitido ninguna explicación razonada.
Desde mi posición como corredor en la categoría C, y estar puntuando para la Copa Diputación, me había entrenado de acuerdo al horario que la organización había emitido en el reglamento a la hora de inscribirme en la carrera. Este recorte ponía de los nervios a cualquiera ante la duda de lograr llegar a meta en tiempo.
Mi personal juicio es que el esfuerzo para llegar al corte de los 14 kilómetros, con unos 600 positivos, en una hora y media, agarrotaron la musculación de muchas piernas, e hizo que algún que otro corredor petara teniendo que abandonar más adelante.
En cuanto a mí, tengo que confesar que al poco de salir, el grueso de la carrera comenzó a distanciarse, motivando que hiciera prácticamente toda la carrera casi en solitario observado por la luna como única compañera, la que a veces parecía sonreír animando mi soledad envuelta en el gran silencio nocturno.
La señalización formó parte de esas pequeñas incidencias. En muchas ocasiones tenías que confiar que ibas en la dirección correcta al estar demasiado distanciadas las advertencias lumínicas. Ante la duda, por dos veces tuve que volver para asegurarme que el camino era el correcto.
En la última subida, infinitamente larga, en la que solo se veía un recorte alto dibujado en el lejano horizonte que parecía tocar el cielo, comenzó a faltarme líquido y mi cuerpo a sufrir. Fue cuando me crucé con un corredor de la categoría A que había petado y descendía vuelta atrás con el ánimo por los suelos, como si descendiera a los infiernos.
Una vez ya en la bendita cumbre fui alcanzado por dos corredoras de la categoría B. A partir de ahí, y en los cuatro últimos kilómetros, mis piernas dijeron que ya estaba bien, y comenzaron los calambre y algún agarrotamiento.
De repente saltaron todas las alarmas al darme cuenta que iba solo y creía ser el último de la carrera, y lo que era aún peor: no aparecía el corredor escoba. Tenía las piernas agarrotadas y la luna sonreía. Eché mano al teléfono al recordar que lo llevaba en el bolsillo lateral y lo había golpeado contra un árbol en una bonita bajada con agua: no funcionaba.
Entonces me aseguré la calma y comencé a estirar cada doscientos metros para intentar poner en orden la musculación de las sufrientes piernas. No podía trotar a pasos largos porque eran aún peor, así que me resigné y con estas vicisitudes logré llegar a la urbe, donde por dos veces, a falta de señalización (que tal vez algún gracioso quitó) tuve que seguir mi instinto.
En las cercanías una compañera del Club Omeyas Trail corrió conmigo los últimos 150 metros acompañándome hasta casi la meta, a la que agradecí inmensamente su apoyo.
Finalmente todo salió bien: un compañero me hizo el video de llegada, crucé la meta, me obsequiaron con una bonita medalla y recibí merecidos aplausos deportivos. Todo el mundo sonreía. Y para mayor felicidad los corredores/ras de Omeyas Trail acapararon un gran número de podiums.
Por un momento levanté la vista hacia arriba para mirar de nuevo a la que había sido mi compañera en tantos kilómetros, con su luz pálida, la luna, parecía seguir sonriendo.
Rafael Patiño